Alsacia y la Selva Negra

Alsacia es el departamento más pequeño de la Francia continental. Tal vez por ello y por su monotonía orográfica –un gran llano solo roto por las modestas cumbres de los Vosgos–, el país es muy homogéneo. Su deliciosa arquitectura, escapada de un cuento de los hermanos Grimm, se mantiene intacta. Sus castillos, herencia de cuando los recelos con los vecinos eran la norma, están bien conservados. Sus vinos son mágicas conversiones de un clima inusualmente seco y soleado en vibrantes tesoros líquidos. Todo ello son motivos para visitar una región que, injustamente, no aparece en las primeras posiciones de las más conocidas y apreciadas por el turismo en Francia, pero que merece estarlo por su encanto sencillo y atmósfera relajante.

La Selva Negra, por su parte, se aloja en el rincón más meridional del oeste de Alemania, precisamente en la zona fronteriza con Alsacia. Se trata de un paisaje amable, en el que los pueblos y explotaciones agrícolas se afincan en los fondos de valles regados por generosos ríos, mientras que sus bosques guardan el aspecto impenetrable de siempre. La Selva Negra solo está separada de Alsacia por el río Rin, una escapada perfectamente factible en el mismo viaje y un complemento perfecto, tanto en lo arquitectónico como –sobre todo– en el disfrute de la naturaleza.