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La civil discrepancia

Autor: Jorge Mañach Robato
ISBN: 9788499536521
Editorial: Linkgua Red Ediciones
Género:
IBIC: DB TEXTOS CLÁSICOS

$1,134.00 MXN

«Como él mismo Mañach señala, Perfil de nuestras letras surgió de una sugerencia de la dirección del periódico, para que comenzase a redactar una serie de artículos en los cuales desarrollara algún tema continuo. Entre febrero de 1947 y octubre de 1948 publicó 34 trabajos, que siempre salían en la edición dominical y en la página de Opinión (esto último solo se alteró en una ocasión). Al cabo de casi ocho años, en mayo de 1956 decidió continuar la serie «por algún tiempo más». Lo hizo hasta comienzos de agosto de ese año. En esta segunda entrega, la serie mantuvo el espacio dominical hasta fines de junio, cuando pasó a salir indistintamente miércoles, jueves o viernes. Asimismo desde mayo redujo el nombre a Nuestras letras.

Varios de los libros publicados en vida por Jorge Mañach (Sagua la Grande, Cuba, 1898-San Juan, Puerto Rico, 1961) fueron armados a partir de material periodístico: Glosario (1924), Estampas de San Cristóbal (1926), Pasado vigente (1939), Visitas españolas: Lugares, personas (1959). Fue esa la faceta con que se dio a conocer en 1923, en los periódicos El País y Diario de la Marina. También fue la que hizo de él un hombre no solo admirado y leído, sino también influyente en la esfera social. Ese oficio de escribir para el público día a día, solo lo aparcó durante los años en los cuales residió y trabajó como profesor en Estados Unidos (1935-1939) y, luego, al regresar a Cuba, en los primeros años de la década de los cuarenta, cuando «por idealismo», como él mismo reconoció, se incorporó a la actividad política. Pero a partir de 1945, volvió al diarismo en la Revista Bohemia y en el Diario de la Marina. En este último medio retomó su célebre columna Glosas, que después pasó a llamarse Relieves. En ambas publicaciones se mantuvo colaborando hasta fines de 1959. Es decir, prácticamente hasta su salida del país.»

Descripción

Desde que se inició en el periodismo, cuando era un veinteañero, Jorge Mañach tuvo una valoración muy positiva de esa noble pugna de pareceres que es la polémica. La concebía como una agradable charla, como un coloquio estimulante que permite desarrollar el ingenio y contribuye a ejercitar las opiniones, al tonificar las mejor pensadas. El germen de la inconformidad, sostenía, es necesario para el progreso de las ideas. Eso lo llevó, en algunas ocasiones, a provocar la discusión sobre temas que creía pertinente y necesario tratar, como fue el caso del fraternal intercambio acerca de la novela cubana que Rafael Suárez Solís y él mantuvieron en los años veinte.
Tuvo por eso una actitud hospitalaria a todos los pareceres adversos, con tal de que estos saludaran antes de entrar. Pensaba que la civil y noble discrepancia de opiniones hay que respetarla siempre, pues es algo propio de personas civilizadas. Se holgaba de las polémicas honrosas y corteses que tuvo con interlocutores inteligentes. En ese grupo presumo que estaban las que sostuvo con Medardo Vitier, Manuel del Riego, José Vasconcelos. Sin embargo, no tenía reparos en responder a personas que le escribían al diario en el cual colaboraba en ese momento, y lo hizo más de una vez. Esto, pese a saber que las polémicas en medios periodísticos pueden ser un espectáculo divertido para los lectores, pero raramente conducen al esclarecimiento de la verdad y, en cambio, abren entre los contendientes un agrio vacío. Por supuesto, no todas eran ingratas ni ociosas, y alguna luz y no poca animación cordial salía de ellas.
Hay que lamentar que el periodismo lo obligó en algunas ocasiones a descender hasta el arroyo. Al respecto, conviene apuntar que era consciente de que uno no debe ocuparse de los mordiscos en letra de molde de gente irresponsable, o de quienes no perdonan que se ignore su genialidad. Pero de igual modo, sabía que no hay enemigo pequeño, ni difamación de la cual no quede alguna huella. Por eso respondió a ataques y juicios hostiles, aunque eso le provocase fastidio y lo forzara a apartarse de faenas más importantes y constructivas.

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